DE PORQUE NO VOLVÍ A LAS TABERNAS

Y bue.. en mis años mozos, (Los de la U), solía disfrutar de beber unas cervezas, no en los populares bares rockeros, sino en whikerias de mala muerte del centro, y puedo decirles que el 90% de los hombres que frecuentan estos lugares no hacen (hacemos) nada diferente de beber y mirar los shows, los cuales se alejan enormemente de la imagen que Film Zone y Cine Privé ha vendido durante años. La vaina es más bien triste.
No volví a tales lugares sino hasta la navidad pasada, cuando me reuní con mis amiguetes del colegio, asiduos visitantes del barrio Santafé. pero como nos hallábamos en un hueco diferente, cercanías de la primera de mayo, el destino fue Angelos (Angelo´s?), intimidante lugar que se encuentra coquetamente ubicado sobre la misma avenida entre Boyacá y Carrera 68 (Como si alguno de los lectores fuera a ir).
Ya que entramos después de la media noche y la medio borrachera, la búsqueda de lugar fue más bien una odisea que no se justificaba con el aspecto de las mujeres que trabajaban en ese momento. Lo mejor de la velada tuvo la desgracia de haber empezado antes de que entráramos, un show donde siete mujeres se desnudaban al ritmo de la música, espectáculo que alcancé a atisbar en medio de dos macrecefálicos atrás de los cuales tuve la mala fortuna de sentarme. Degustaba yo de la gaseosa Sprite aguada, por cuanto no soy amigo del ron y a avanzada hora no dan cerveza. Mis primarios impulsos de salir huyendo se vieron interrumpidos por la mezcla de los abrazos obligantes de mis ebrios amigos y la presencia del hijo de king kong que, ataviado con un chaleco multicolor sobre una camiseta de equipo de futbol y oficiando de portero del local, bloqueaba la salida, a la vez que el animador de orquesta caido en desgracia anunciaba que la salida estba cerrada hasta las tres de la mañana, y que ya venía elsupergranshowdelanoche. Resignado me senté a evitar que algún empleado me lavara con un líquido brillante que jocosamente derramaba en cabezas y tragos, anticipando la calidad del super show. El elevado volumen de la música de taberna evitaba que oyera las desdichas de mis amigos, las cuales tuve que adivinar por las expresiones que usaban cuando las contaban, a medida que me limitaba a asentuar displicentemente o renegar indignado, solidarisándome con la historia que no escuchaba. Un momento crudo fue, justo antes de que empezara elsupergranshowdelanoche, en que uno de mis amigos, y uno de sus amigos, hablaron con dos trabajadoras de Angelos ('s?), las sacaron a bailar y las sentaron en nuestra mesa. Una de ellas, siempre social, empezó a preguntarme no se que cosas a las que respondía asintiendo o renegando, y quiso la suerte que no terminara yo aceptando adelgacar mi billetera y mi salud en ese lugar. Luego de serpentear entre borrachines para alcanzar un baño con menos privacidad que si orinara en la pista de baile, me apresuré a ocupar mi lugar entre los sujetos con generosas cabezas para presenciar, por fin, elsupergranshowdelanoche. Pero, antes de eso, el animador de fiesta se paró en la pista y, llamando a cada uno de los trabajadores del lugar (técnicos, músicos, barman y el hijo de king kong, no a las mujeres), les regaló, de navidad, un esfero con el logo de Angelos, objeto que varios de ellos miraron con la extrañeza con la que un bebé cogería un fax modem, sorpresa que luego se transformó en gruñidos de júbilo y golpes en el pecho con los cuales el portero impuso su posición de macho alfa. Y ya. por fin, elsupergranshowdelanoche: el animadordefiestafracasado generoso ahora dueño de Angelos se paró frente a la pista, pidió música y empezó un popurrí de temas de Jhonny Rivera hasta avanzadas horas de la mañana. Tal fue elsupergranshowdelanoche, que, a diferencia de los alcohólicos presentes, aborrecí el resto de la noche. Por suerte un amigo que equiparaba en estatura al portero decidió irse y, parapetado tars él, abandoné para siempre ese lugar.

Ahora frecuento los bares de rock.