LO MÁS DIFICIL ES EL TÍTULO

Hubo una época en que escribía en un viejo cuaderno. Pequeñas historias propias que sólo mi mejor amigo llegó a leer. Y jamás me dio su opinión. Tal vez si hubiera hecho una dura crítica hubiera abandonado este oficio y me hubiera concentrado en aprender un baile o a combinar la ropa que me pongo. Ahora, basta escribir cualquier cosa y subirla a facebook, para que personas con las cuales uno no ha hablado durante años de repente le comenten. Es difícil escribir así. Si uno llega a escribir pendiente de quienes lo leen, está jodido. Ha vendido su alma para complacer a los demás. Hoy fue un mejor día. Como toda persona promedio, odio hacer ejercicio, pero desde que cumplí 32 procuro salir a trotar unas tres veces a la semana. Es la cuota mínima para auto engañarme y decirme que estoy saludable, y así poder beber cerveza sin sentirme culpable. Reconozco que cada mañana es más fácil, el cuerpo se acostumbra a todo, hasta a lo que se detesta. Bueno, no ha todo, llevo años trabajando y no me acostumbro a la idea de perder mi vida en pequeñas cuotas de ocho horas diarias. Pero trotar me gusta. En la medida de lo posible. Aunque es una actividad solitaria, siempre habrá ancianos estorbando con sus perros, autos que pasan rápidamente buscando atropellar a quien se atreva a usar por un momento la carretera que la sociedad les ha adjudicado, otros trotadores que esperan a pasar cerca de mi para acelerar su paso y demostrarme que son más hombres, que corren más rápido, que tienen mejor empleo, una bella mujer, un pene más grande, que nunca van a a morir y que fueron puestos por dios para mostrar la maravilla de su obra. Pero son sólo veinte minutos que soportar cada vez que salgo, y vuelvo al apartamento. Es como echar un vistazo al mierdero afuera y volver. Curioso, el corrector ortográfico no reconoce “mierdero”, y sugiere “moridero”. Me ví tentado a hacerle caso. A veces ser menos grosero equivale a ser más contundente. Hace unas horas alguien me sugirió que dejara de hacer caricaturas y me dedicara a escribir. Lo tomaré como un halago, aunque no se si le haga caso. Hay tan pocas cosas que quiero decir, que bien podría dejar de decirlas por medio del dibujo. Según los mayas, sólo debo aguantar tres años más y nos vamos todos al demonio. Aunque lamento decepcionarlos, esta hermosa bola azul que gira alrededor del sol se auto preservará una vez más, aunque el egocentrismo de la raza humana cada par de décadas le haga creer que el mundo se va a acabar. Es como si no pudieran soportar que estarán en este planeta menos de cien años, y quisieran que su final fuera el final de todos. Mucha gente odia la idea de que el mundo siga sin ellos. Pero siempre lo hace. Ya me hicieron ilusionarme con que el mundo acababa el seis del mes seis del año 96, y luego el 31 de diciembre del 2000. Aunque sabía que al planeta le importa un carajo la fecha que arbitrariamente se inventó el hombre, la sola esperanza de que un buen día, sin pedir permiso, el planeta explotara, o se fundiera, o implotara, o se desintegrara molecularmente con todo lo que tiene, edificios, montañas, mares, personas, costas, puentes, fábricas, parques, era demasiado atractiva. Hace unos años la moda era el agujero de la capa de ozono. Pero se dijo todo lo que se debía decir y ahora la moda es el calentamiento global. Y cuando el tema se acabe, en unos cinco años, una nueva manera de mantenernos aterrados surgirá. Y la tierra seguirá ahí, limpiándose esporádicamente gracias a los huracanes, los tsunamis, los terremotos, pequeñas licencias genocidas que se da para mantenerse bien. Y yo seguiré corriendo, esquivando perros y ancianos, sacando algo de bilis esporádicamente y volviendo a la seguridad de cuatro paredes y una pantalla para regalarme un día más, para reponer mi espíritu por 24 horas más. Y no, mujer, no es malparidez cósmica, pero gracias por la preocupación.