Hay algo que me gusta mucho de esta época. No es la tensa espera antes de la noche de Día de brujas, aunque este año promete. No son las elecciones y sus resultados, ya que mi interés en el sufragio nunca ha existido. Obvio que no es la inminente llegada a las pantallas de una nueva exhibición de cirujias estéticas versus inteligencia llamado Reinado nacional. No, damas y caballeros, lo que más me gusta de esta penúltima semana de octubre es que es la última normal, tranquila y descansada antes de la apabullante aparición en las calles de aquellas cada vez más desagradables muestras de felicidad navideña.Como es bien sabido, los almacenes de la ciudad no tardan en decorar sus edificios con deformes venados, ángeles con caras de niños pervertidos y el siempre pederasta hombre de rojo, y los barrios, casas, conjuntos, no bien no se ha enfriado el cadáver del jalouín, empiezan a ensuciar visualmente el ambiente con los siempre impresionantes pasacalles. Los que me brotan la vena de la frente por su insistente ruido son aquellos hechos con el plástico que no se vendió para forros de cuadernos y, que en forma de triángulos consecutivos, resucitan para potenciar el leve ruido del viento y recordarnos que el presidente de la junta de acción comunal es un mañé. Luego está esa costumbre desdagradable de pintar sobre el pavimento papás noeles donde reza: feliz navidad 199 y un cuarto dígito que, a punta de repisarse termina por ser tan ilegible como el "y un feliz año 199X", verdaderos homenajes al tiempo pasado. ¿Es que quienes esto pintan no saben que tienen que ver eso frente a sus casas durante el resto del año? Y es que pocas cosas tan deprimentes como pasar por una calle en pleno Julio y encontrarse con este mostrario de mal gusto y gran falta de previsión. También es de poco agrado el detalle de escribir con colbón en la ventana frases alusivas a la época, para después proceder a arrojarles cantidades generosas de bolitas de icopor que de mala manera se quedan en la ventana. Pero lo más insoportable de tanta baja muestra de entusiasmo navideño es que se muere no bien pasa el 31, pero los responsables de afear el ambiente no se dignan a quitar su obra sino hasta casi semana santa, y quedan los angelitos, papanoeles y venados como mudos testigos de otra época, semejantes a los piolines y demonios de Tazmania con sombrero navideño y deseando un feliz año ilegible.
Hay algo que me gusta mucho de esta época. No es la tensa espera antes de la noche de Día de brujas, aunque este año promete. No son las elecciones y sus resultados, ya que mi interés en el sufragio nunca ha existido. Obvio que no es la inminente llegada a las pantallas de una nueva exhibición de cirujias estéticas versus inteligencia llamado Reinado nacional. No, damas y caballeros, lo que más me gusta de esta penúltima semana de octubre es que es la última normal, tranquila y descansada antes de la apabullante aparición en las calles de aquellas cada vez más desagradables muestras de felicidad navideña.Como es bien sabido, los almacenes de la ciudad no tardan en decorar sus edificios con deformes venados, ángeles con caras de niños pervertidos y el siempre pederasta hombre de rojo, y los barrios, casas, conjuntos, no bien no se ha enfriado el cadáver del jalouín, empiezan a ensuciar visualmente el ambiente con los siempre impresionantes pasacalles. Los que me brotan la vena de la frente por su insistente ruido son aquellos hechos con el plástico que no se vendió para forros de cuadernos y, que en forma de triángulos consecutivos, resucitan para potenciar el leve ruido del viento y recordarnos que el presidente de la junta de acción comunal es un mañé. Luego está esa costumbre desdagradable de pintar sobre el pavimento papás noeles donde reza: feliz navidad 199 y un cuarto dígito que, a punta de repisarse termina por ser tan ilegible como el "y un feliz año 199X", verdaderos homenajes al tiempo pasado. ¿Es que quienes esto pintan no saben que tienen que ver eso frente a sus casas durante el resto del año? Y es que pocas cosas tan deprimentes como pasar por una calle en pleno Julio y encontrarse con este mostrario de mal gusto y gran falta de previsión. También es de poco agrado el detalle de escribir con colbón en la ventana frases alusivas a la época, para después proceder a arrojarles cantidades generosas de bolitas de icopor que de mala manera se quedan en la ventana. Pero lo más insoportable de tanta baja muestra de entusiasmo navideño es que se muere no bien pasa el 31, pero los responsables de afear el ambiente no se dignan a quitar su obra sino hasta casi semana santa, y quedan los angelitos, papanoeles y venados como mudos testigos de otra época, semejantes a los piolines y demonios de Tazmania con sombrero navideño y deseando un feliz año ilegible.